Hacer un sueño realidad a veces duele. Primero hace la clásica pirouette, gira rápidamente sobre su propio eje sosteniendo todo su peso corporal sobre el dedo del pie. Cuando sale bien, queda muy elegante. Luego, Luis Fernando Rego comienza a dar pasos sobre el parqué de la sala, como si volara.
La perfección no es ningún don: consiste en poner a prueba tus propios límites
Luis sabe lo que es proceder de un ambiente distinto, sabe qué problemas pueden presentarse al dar los primeros pasos. Para él, el ballet ha sido desde el principio su única oportunidad en la vida. Desde las favelas de Río de Janeiro, donde vivía en la pobreza, consiguió acceder a la única sucursal que tiene el mundialmente famoso ballet ruso Bolshoi fuera de Moscú: en Joinville, al sur de Brasil.
Luis anhelaba labrarse un futuro mejor, aunque tuviera que machacarse para lograrlo. Si consigue convertirse en bailarín profesional, habrá ganado su combate contra la pobreza. Lo que para mucha otra gente es normal, sería una metamorfosis para él: una vida autónoma. Ya solo depende de él.
Luis es bailarín, tiene 18 años, es pequeño, fibroso, con piernas que parecen de goma. Es uno de los mejores de su clase y está trabajando para enfrentarse a la gran graduación, que marcará el final de su formación y en la que se decidirá quién podrá dedicarse al baile profesionalmente y a quién se le desmoronará su sueño.
Luis sonríe mucho últimamente, y no solo mientras baila. «Estoy feliz, estoy muy contento», afirma cuando nos conocemos: esa insistencia en repetir las cosas es parte del énfasis con el que este joven brasileño se enfrenta a las cosas. Pero ¿la felicidad, el talento y la ambición son suficientes para prosperar? ¿Tiene una mentalidad ganadora? ¿Podrá conseguirlo de verdad?
De la barra al escenario
En la pausa de la clase preparatoria para la actuación final, Luis acude a la barra, el listón anclado a la pared al que pueden sujetarse los bailarines de ballet mientras practican. Se coloca ante ella, cruza los brazos tras la cabeza y empuja los codos hacia delante.
Luis ha tenido que ser flexible en muchos aspectos de su vida. Nació en la favela del «Complexo do Alemão» de Río de Janeiro. Casas pequeñas y con paredes sin revocar, alcantarillado pestilente, sin nombres de calles. Allá donde no hay cabida para los sueños, donde los narcotraficantes libran guerras entre sí y con la policía. Donde no es poco frecuente que los residentes resulten mortalmente heridos por «balas perdidas». Luis pasó por todo aquello, pero quería algo más.


La favela como patria
Las drogas y la violencia son solo uno de los problemas de la favela, al que se unen las deficiencias educativas y la insalubridad. «No tenía metas en la vida», confiesa Luis, que tiene siete hermanos. «No me gustaba ir al colegio». Parece que Luis habla de otra vida, una anterior, que no podría parecerse menos a su situación actual. Lo quería todo y no podía conseguir nada, como cuando las hormonas de un adolescente empiezan a jugar al ping pong unas con otras. Solo que en esos casos, normalmente hay padres o profesores centrados que le enseñan a uno el camino. A Luis no le dieron ese pequeño empujón en su pubertad.
Ahora que tiene un propósito, puede llegar a ser un tipo de hombre que nadie habría esperado de él. Primero tenía que encontrar ese objetivo. Su hermana llegó al ballet hace seis años gracias a un proyecto social de danza que llevaron a cabo en la favela. Cuando Luis vio aquellas clases, se enamoró de la danza (siempre había disfrutado de la música, ya fuera de la samba clásica o del rap brasileño moderno). Pero aquella gracilidad, aquellos movimientos suaves, la armonía entre la música y el lenguaje corporal... Luis no había visto nunca nada así, aquella era su llamada de atención. Pero aún no había conseguido nada.


Luchar por un sueño
¿Dónde podía acudir para empezar? La mejor opción era el extranjero, ya que solo fuera podría ganar mucho dinero dedicándose al ballet profesional. «Una vez estuve de gira por California. Allí ví al famoso ballet de San Francisco. Me encantaría empezar allí», confiesa Luis.
Cuando Luis despliega su dominio de las complicadas técnicas de elevación, queda claro que a su talento ha añadido una impresionante destreza gracias a dedicar seis horas diarias a un entrenamiento inflexible. Así es como se convierte uno en artista. Su compañera de danza coloca los pies sobre su hombro y su axila y él consigue mantener la posición hasta que el pianista da la última nota.
«Luis ya ha conseguido mucho. Tiene una fuerza de voluntad como pocas que yo haya visto. Mucha gente tiene talento, pero sin el ímpetu adecuado, no se llega a nada», afirma Maikon Golini, profesor de baile del último curso masculino.
Golini también era bailarín y estudió en la primera promoción de la escuela del Bolshoi en Brasil, en Joinville. De eso hace 20 años. Hoy hay 116 candidatos para optar a una plaza en el último curso. Todos quieren conseguirlo. Sin embargo, entre conocer la teoría y dominar la práctica hay un mundo.
BMW apoya al Bolshoi brasileño


Desde 2015, BMW es socio de la filial del Bolshoi en Brasil. El apoyo anual que brinda la marca a la escuela de ballet se materializa en diferentes ámbitos: el dinero sirve para financiar los trajes, los alimentos para las comidas diarias o las medicinas para los tratamientos médicos de los alumnos. BMW también pone a disposición fondos para tres becas completas para estudiantes de familias de bajos ingresos en el marco del programa «Adopt a Student». El compromiso de BMW con Brasil es multifacético. Además de sus diferentes iniciativas sociales, BMW invierte también en instalaciones de producción propias en el país, y en octubre de 2014 inauguró una fábrica en Araquari, que desde 2018 opera al 100% con energía de orígenes sostenibles. BMW lleva activo en Brasil con su propia distribuidora desde 1995.
Bolshoi a la brasileña
El origen de esta «sucursal» del Bolshoi fue una gira del ballet de Moscú por Brasil, durante la que actuaron en el festival anual de danza de Joinville, en 1996. Tras terminar la actuación, el alcalde fue a hablar con los responsables rusos. «Tendríamos que...».
Aquella propuesta acabó desembocando en la idea específica de instaurar una sucursal del Teatro Bolshoi de Moscú. De algún modo, la chispa surgió entre rusos y brasileños. Desde su inauguración, 360 bailarines han completado satisfactoriamente su formación en la cantera de Joinville.
Bailar en lugar de surfear
Luis está a punto de graduarse. Su hermana no tardó en cansarse del ballet, pero ese no fue su caso. En su tiempo, Luis también disfrutaba de largas sesiones de surf en las playas de Río. Eso fue lo que le dijo a su madre que iba a hacer cuando le preguntó adónde se dirigía el primer día de clase de danza. Y luego se puso a soñar.
Su madre siempre le apoyó en todo lo que hacía, pero estaba muy ocupada en sacar adelante a sus hijos. El padre lo veía todo desde cierta distancia. Gracias a su talento, que tan rápido había encontrado, Luis consiguió llegar a bailar en el Teatro Municipal de Río, el único foro para el ballet que hay en la metrópolis tropical, donde estuvo bailando varios años.
Sin embargo, eso implicó que ahora todo el mundo podía ver cuál era su sueño. En el colegio se metían con él. «Eso no son cosas de hombres», le decían, en uno de los comentarios menos ofensivos. «Durante aquella época aprendí a ser fuerte. Esas experiencias me han ayudado a mantener la concentración hasta hoy». Hace tres años, aprobó el examen de ingreso en Joinville, se mudó al sur de Brasil y dejó su hogar en Río.
Un fuego constante en los músculos y los ligamentos
Si uno se fija en la promoción del último curso del Bolshoi Brasil, se nota que no son profesionales aun siendo un lego en la materia. Los bailarines aún no tienen esa potencia ni ese nivel de delicadeza. También tienen que seguir trabajando en su expresión facial.
Uno no deja de frotarse el muslo mientras practica, parece que tiene una lesión. Los músculos y ligamentos de los bailarines de ballet están constantemente ardiendo, aunque en la escuela los estudiantes cuentan con servicios de fisioterapia y nutrición.
Los alumnos no tienen que pagar nada por las clases ni por todos estos servicios adicionales. Y aquellos que provienen de entornos desfavorecidos son especialmente ambiciosos, como confirman los profesores de danza, casi todos ellos rusos.


Ballet moderno
A Luis le gusta mucho el ballet contemporáneo. En los ensayos de final de temporada, baila descalzo y con una especie de taparrabos de tiras de cuero. Él y sus compañeros se deslizan sobre el suelo, entrelazan sus cuerpos e introducen figuras clásicas como la pirouette y los arabesques. El suelo vibra al ritmo de las notas graves. Bam, bam, bam.
Cuando hablas con Luis sobre su futuro, llega a mostrarse incómodo. ¿Cuál será su plan B si esto de la danza profesional no sale bien? «¿Y tú qué harías si te roban la cámara? ¿Dejarías de sacar fotos?» plantea. Es en este momento cuando Luis muestra una brizna de esos aires de diva, aunque sabe que solo se puede llegar a la perfección a través del trabajo. Aquí todos tienen talento.
El sofá es su habitación
Pasemos al día siguiente, por la mañana, en un barrio de edificios altos a las afueras de Joinville. Aquí no vive gente pobre, es lo que se denomina una «urbanización cerrada». Para desayunar, tarta de chocolate. Normalmente, los bailarines de ballet deben seguir una dieta estricta: hacer realidad un sueño conlleva renuncias.
Luis vuelve a tener un aspecto totalmente relajado. La actuación final está cerca, y eso le inspira. Quiere demostrar que es capaz de conseguirlo.
Cada noche duerme en el sofá de la sala de estar. El apartamento se lo tiene alquilado desde hace unos años su «madre adoptiva», que también se ocupa de él. Su hija también estudia en el Bolshoi y esa es la única manera de que Luis pueda vivir en Joinville. La madre biológica de Luis, que llegó ayer de Río, está deseando ver la actuación final de su hijo mañana, quiere estar allí cuando, con suerte, su vida cambie para siempre. «Me esforcé y me sacrifiqué mucho para poder comprarle las zapatillas de ballet y todo lo demás que necesitaba. Siempre le he apoyado, incluso en los momentos en los que casi no podía más», nos cuenta Tania Cristina Daniel, de 52 años.
Ensayo general y espectáculo final: la cosa está ajustada
Por la tarde, durante el ensayo general para la actuación final todo sale bastante mal (como suele pasar). Antes de salir a escena al día siguiente, los 22 alumnos de último curso forman un círculo y rezan un padrenuestro. Hoy podrán dar la bienvenida a sus nuevas vidas o fracasar para el resto de sus días.
La actuación es el principio y también el fin. Es el principio para aquellos que consigan convencer al jurado. Es el fin para quienes no demuestren un rendimiento suficiente: no se trata solo de sus carreras, sino de su propia existencia. Especialmente para aquellos que, como Luis, lo apuestan todo al Ballet. Ahora cada cual debe sacarse las castañas del fuego.


Los bailarines se deslizan sobre las tablas al principio del espectáculo y, un momento después, están golpeando el parquet con sus movimientos inflexibles. Acarician el aire con las manos. Se apresuran, sonríen, se sujetan mientras bailan, al ritmo de melodías clásicas, como las de Rajmáninov o Albéniz, o al de temas más intensos. Los pequeños detalles son lo que desvelan si los estudiantes han conseguido perfeccionar su talento. La expresión facial durante la pose. El ángulo de las piernas. La estabilidad de las manos.
Luis tiene buen aspecto en escena. Parece tener mucha confianza. Su momento más brillante es cuando hace que su compañera gire y revolotee por el aire. El muchacho de 18 años está consiguiendo demostrar en esta velada tanto potencia como delicadeza. Luis lo reúne todo: el amor por el baile, la energía por alcanzar su sueño, la lucha por conseguir una nueva vida. Acabado el espectáculo, unos se abrazan a los otros. En el escenario no hay más que un único cuerpo con incontables extremidades. Se da un estado de embriaguez generalizado, aún no está claro quien podrá seguir y quién tendrá que buscar otra cosa a la que dedicarse.
La decisión
La decisión llena de nervios a Luis. Sabe que pueden arrebatarle el ballet y que se quedaría sin nada. Dos días después, el nombre de Luis aparece en la página web del Bolshoi, y también en un anuncio colgado a la puerta de la escuela.
Luis se entera de que el Bolshoi de Brasil quiere contraratle durante un año para su compañía, que realizará una gira por todo el mundo. Siente alivio y felicidad. Ahora es cuando empieza de verdad, es la oportunidad ideal para dejarse ver en los grandes teatros y para ganar dinero por sí mismo, por primera vez. «Creo en mí. Conseguiré lo de San Francisco», afirma.
El día de mañana quiere llevarse a su madre consigo a los Estados Unidos y darle un nuevo hogar. En ese momento, habrá dos personas más que habrán conseguido salir de la pobreza.


Fotos: Evgeny Makarov; Autor: Christoph Wöhrle